Algún productor, con meras intenciones informativas, conseguirá tener acceso al sicópata que desde su celda narrará las motivaciones que lo llevaron a realizar tan despreciable atentado contra el ser humano. Es más llegará un momento en el que estos asesinos consigan el share más elevado en cualquier calurosa noche de verano.
El hecho que hay que analizar, además de cómo una persona puede llegar a acumular tan alto grado de rencor, es la repercusión mediática que consiguen estos criminales y el éxito que tienen al autoproclamarse defensores de tal causa. En este caso fue la causa del catolicismo ultra, que no creo que defienda la masacre pero sí que autoriza en cierto modo la división social que llevó a que esta se produjera. El odio a lo diferente ya sea por motivos religiosos o políticos, fanatismos comúnmente designados, es un tema que no entra en las encuestas de preocupaciones ciudadanas pero que está muy presente en la sociedad.
Sin ir más lejos es imposible hablar de política sin llegar a la discusión; siempre entramos en la dinámica de lo mío es mejor y los tuyos lo han hecho mal y por eso deberían pagar. Aquí se haya el meollo de la cuestión, la raíz del problema, y es ahora cuando tendríamos que ser radicales en estos aspectos, no confundir con radicalizar, y atajar la solución desde la base del problema, desde la raíz. Por la raíz nace el árbol y es ahí donde debemos atacarlo si queremos acabar con él. La raíz de este problema no se encuentra en la educación o en los principios morales que interiorizan los asesinos, y que después justifican como vía al haber acabado con otros iguales. El problema se halla en la división social producida por la desigualdad. El principio de igualdad a lo largo de la historia nunca ha sido abordado como debiera. En el siglo XIX un tal Marx utilizó la lucha de clases para hacer referencia a la igualdad de oportunidades, pero en un marco más laboral que social aunque su propósito fuera lo contrario.
Me encantaría recuperar esta lucha de clases propia del Marxismo para abordar la igualdad desde el punto de vista de la educación. Siguiendo la división de proletariado y propietarios de los medios de producción, distinguiré entre educados, educadores y productores de educación. En la sociedad actual los dos primeros grupos son víctima y verdugo del tercer grupo. Los niños son los educados del sistema del que más tarde pasarán a ser educadores en virtud de sus conocimientos adquiridos mediante el proceso de socialización. Llegados a este punto actúan como verdugos del sistema, que es quien impone los criterios básicos de cada tipo de socialización (varios tipos de socialización en función de la cultura identificativa de las sociedades). El último grupo, el de los productores, está compuesto por la religión, el estado o grupos de estados impregnados de una cultura parecida (occidental, árabe, asiática, etc), y las grandes fortunas pertenecientes a cada uno de los anteriormente citados que desarrollan una identidad colectiva que proteja sus intereses. Así los grupos católicos extremistas, adoctrinados por los poderosos, fomentan una identidad en el individúo que le hace alejarse y diferenciarse en su educación y asimilación de principios, de aquel que fue adoctrinado en otro lugar del planeta donde el credo fuera diferente, por ejemplo. La cohesión social necesaria para la convivencia pacífica desaparece en el momento exacto del nacimiento de cada individuo, pues a partir de entonces no conocerá el principio de igualdad, necesario para dicha cohesión, sino que empezará a aislarse en las creencias propias de su comunidad.
¿Quiénes obtienen beneficio de esta ruptura social? Los productores de educación y de valores que son aquellos que poseen la información. Porque el mayor factor de producción a día de hoy, y siempre ha sido así, es el conocimiento y la información, y quienes manejan este factor necesitan la ruptura social para seguir vendiendo su producto y obtener mejores resultados que sus competidores, ya que nos hallamos en la era de la información, o globalización (desglobalizada). Quiero usar el término desglobalización para denunciar el hecho de que la globalización mundial que, supuestamente, vivimos desde la caída de La URSS y el Muro de Berlín no ha hecho más que aumentar el fanatismo y la reclusión de la sociedad en determinadas doctrinas sociales impuestas desde el grupo de los productores de educación y generadores de desigualdad social. Una desigualdad social que responde a la cantidad de capital de información que posee cada individuo, una desigualdad que se genera en función de esa cantidad de información que estén dispuestos a servirnos quienes poseen la totalidad de la misma. Y así en función del lugar de nacimiento se te brindará un abanico más o menos amplio en aras de los intereses de quienes ejerzan el poder informativo. Un ejemplo: en nuestra sociedad occidental donde se ha liberado a la mujer de las funciones que las impuso en su día la religión, nos llegan constantemente informaciones sobre la violación de los derechos de las mujeres en los países islamistas, que son el nuevo enemigo una vez eliminados los soviéticos como credo comunista y controlados los chinos como parte del holding empresarial occidental. Pero en esos mismos países de donde proceden las noticias más despreciables que nos podamos imaginar, y dónde la religión ejerce todavía un control más férreo sobre la población, seguro que no paran de emitir noticias sobre cómo en nuestro mundo occidental se ha producido un completo libertinaje en la población que amenaza la pureza de sus creencias, cómo puede ser el caso del derecho abortar antes de un número determinado de semanas de gestación.
Con esto quiero destacar el hecho de que los poderosos se sirven de los medios de información para vender su credo, y en función del arraigo social con las creencias se prestará más atención sobre aquellos aspectos que pretendan institucionalizar como buenos o malos valores educativos. Así parece que podemos cerrar el ciclo educativo, con la institucionalización del derecho a la información. Con este mecanismo se va generando odio hacia lo que puede poner en jaque nuestros principios, y sí aquí, en Europa, la masacre de Utoya está siendo tratada más desde el aspecto político, y la pertenencia del asesino a grupos de extrema derecha, en los países islamistas se hablará de él no como un “nazi”, sino como un enemigo del islam que pretendía acabar con la vida de los fieles de Alá.
Esto es radicalizar. Y radicalizando se conseguirá mantener la tendencia actual de ruptura social, que no de clases, que beneficia a las grandes empresas productoras de información: los medios de comunicación, la más legitimada arma de destrucción masiva.
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