Los resultados mostraron que Tutankamon tenía un perfil genético conocido como R1b1a2, al que pertenecen más de un 50% de los varones de Europa occidental, un 60% de los franceses, un 70% de los españoles y tan sólo un 1% de los egipcios actuales según IGENEA.
El director del Centro, Roman Scholz, considera “muy interesante descubrir que Tutankamón pertenecía a un grupo genético que se da en Europa”.
“Creemos que el ancestro común vivía en el Cáucaso hace unos 9500 años”, explica Scholz ya que estiman que la migración de este haplogrupo a Europa comenzó con la expansión de la agricultura en torno al 7.000 a. C.
Los genetistas no saben cómo pudo llegar el linaje a Egipto desde esa región de origen, pese a esto, actualmente el centro está empleando pruebas genéticas para buscar a los parientes vivos más cercanos de Tutankamon.
Sin embargo, aunque resulte a priori muy interesante, hemos de recordar que Tutankamón no tuvo ningún descendiente varón, lo que imposibilita encontrar a partir de este genotipo sólo transferible a partir del gen Y del hombre.
Además, podemos razonar en sentido contrario, nosotros tenemos un padre, dos abuelos, cuatro bisabuelos, ocho tatarabuelos… Si seguimos retrocediendo aunque sólo sean 10 generaciones, tendríamos 29 antepasados, 512 antepasados ya en esa generación, de los cuales seguramente compartiremos al menos uno con mucha otra gente. Podríamos seguir haciendo las cuentas hasta llegar al nacimiento de Tutankamón, 1345 a. c. aproximadamente, el resultado sería tan elevado que la probabilidad de un emparentamiento real con Tutankamon, resulta altamente improbable.
Dado el elevado grado de contaminación genética que puede haberse producido desde la época de los faraones, será una proeza digna de admirar si de las muestras de los tres faraones son capaces de sacar un descendiente que tenga una mínima cantidad de genes procedentes de ellos. Esperemos que lo logren.