No fueron pocos los españoles que contaban cómo los nativos americanos fumaban las hojas secas de tabaco en sus viajes a las Antillas, la Florida, Cuba o México, y de sus propiedades medicinales. Ya hablaban incluso de unos artilugios en forma de rollo que permitían acceder a ese “placer perfecto” al que más tarde se referiría Hollywood y esa dama del séptimo arte que prometió morir “smoking like a chimney”… y lo cumplió.
Pese a tener un origen más cultural, o incluso ritual, al ser utilizado en sus ceremonias, el tabaco comenzó a ser habitual tras la conquista europea. Fueron miembros de la primera expedición de Colón los que, a priori, suponen para los historiadores el primer contacto de la historia de los españoles este producto.
Precisamente el médico sevillano Nicolás Monardes habló por primera vez, en 1565, sobre la planta del tabaco y sus efectos terapéuticos. Años después, entre 1571 y 1577, el médico y botánico español Francisco Hernández de Boncalo, plasmó en su trabajo "Historia natural de la Nueva España" una de los primeras descripciones sobre el tabaco y sus propiedades tras su expedición.
No obstante, los primeros cultivos de tabaco realizados por españoles datan del año 1530, en la isla de Santo Domingo. De ahí a su expansión a nivel mundial, no pasaron ni 100 años. Su comercialización puso en jaque a todos los países, pues no fueron pocos los intentos de monopolización de su cultivo, aunque esto terminó por suponer la regulación del tabaco y el establecimiento de impuestos, tanto a nivel de producción como de consumo. España producía el producto “de oro” en América, mientras que Francia se decantó por las Antillas y Guayanas; Portugal en Brasil; e Inglaterra en Virginia y La Florida.
En nuestro país, aparecieron las primeras industrias de manufacturas en la ciudad de Sevilla en el siglo XVI, siendo las primeras de toda Europa y acaparando la producción. Para encontrar nuevas fábricas de tabaco tenemos que saltar al siglo XIX, con algunas en Madrid, Bilbao o Santander. Cuba seguía siendo el primer productor de tabaco a nivel mundial, gracias en parte a sus relaciones con los americanos, algo que que terminó por pasarles factura, como la historia ha demostrado.
Como anécdota, cabe destacar que la corona española llegó a poseer el monopolio de este peculiar producto -que tantas alegrías ha dado a las arcas de nuestro país- en el siglo XVIII, algo que se materializó en la Real Fábrica de Puros y Cigarros de México, que se extendió hasta Cuba, cediendo finalmente la explotación a la compañía de la Habana. Los americanos no tardaron en hacerse con el poder, sobre todo tras la invención de la máquina para elaborar cigarros en 1881.
En cuanto al consumo, no fue precisamente hasta el siglo XIX cuando la mecanización supuso un enorme empuje a la industria del tabaco, con un hábito superior al 50% de la población adulta en prácticamente la mayor parte de los países occidentales. El resto, ya es historia…