El Día de la Lucha Campesina se conmemora hoy, simbolizando el derecho a la tierra y recordándonos que sin tierras cultivables y personas dispuestas a trabajarla, el futuro es incierto. Esta jornada invita a reflexionar sobre la importancia de honrar y proteger a quienes cuidan de nuestros campos.
En España, al igual que en otros países europeos, los agricultores y sus familias han alzado su voz durante años para denunciar la falta de medidas efectivas ante los retos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad. A pesar de las promesas gubernamentales y los planes estratégicos, estos trabajadores siguen enfrentando las consecuencias de fenómenos meteorológicos extremos, como sequías prolongadas y lluvias torrenciales, que amenazan sus cosechas y medios de vida. Un claro ejemplo fue la reciente DANA. Décadas de abandono han dejado al sector agrario en una situación precaria, mientras que la ausencia de políticas adecuadas ha incrementado su vulnerabilidad.
Un modelo insostenible
La frustración entre los agricultores se basa en una realidad innegable: el actual modelo de producción y consumo alimentario no es viable. Este sistema beneficia exclusivamente a la agroindustria y grandes fondos de inversión, desplazando a la pequeña agricultura familiar y social, que corre el riesgo de desaparecer. La producción industrial de alimentos ha demostrado tener graves repercusiones tanto para las personas como para el medio ambiente. Además, las grandes corporaciones acaparan tierras y recursos hídricos, monopolizando un sector esencial.
Este enfoque ha llevado a la degradación del suelo, disminución de la biodiversidad y contaminación del agua, perpetuando así desigualdades económicas y poniendo en riesgo nuestra seguridad alimentaria. No son los agricultores quienes deben cargar con esta culpa; más bien recae sobre las decisiones políticas que favorecen la concentración del poder económico en lugar de promover una distribución equitativa de la riqueza y el respeto por el entorno natural.
Transformar el sector agrícola
Es fundamental avanzar hacia un nuevo modelo alimentario, uno que dialogue con la naturaleza y cuente con el respaldo de miles de personas y organizaciones que vislumbran en él una solución viable. Sin embargo, cada vez surgen más ejemplos que indican un camino contrario al deseado.
Un caso emblemático es el proyecto «Agroparc» impulsado por Ametller Origen en Cataluña. Aunque sus promotores aseguran que buscan revolucionar la producción alimentaria mediante tecnología avanzada, este modelo plantea serias dudas sobre su sostenibilidad real. Se teme que desplace a formas tradicionales de agricultura familiar respetuosas con el medioambiente. De hecho, sindicatos agrarios han expresado su rechazo, mientras diversas organizaciones han alertado sobre los impactos negativos que podría tener este proyecto en especies protegidas.
Mala gestión ambiental
Llevar a cabo un proyecto como Agroparc sobre bosques y viñedos protegidos, transformando tierras secas en regadío en una zona previamente declarada en emergencia por sequía, sin realizar una evaluación ambiental rigurosa ni contar con el apoyo local, refleja una gestión deficiente. La lógica detrás de esta iniciativa parece beneficiar solo a unos pocos intereses económicos, ignorando las preocupaciones legítimas de quienes habitan esas áreas.
A medida que celebramos el Día de la Lucha Campesina, es crucial recordar que cualquier proyecto destinado a facilitar una transición hacia un modelo agroecológico justo debe priorizar la transparencia, proteger nuestra biodiversidad amenazada e incluir las voces e intereses de las comunidades rurales afectadas.