Nueve de la mañana: un grupo de personas absolutamente heterogéneo desayuna en un café en el centro de Madrid. Uno de ellos tiene prisa: Al salir por la puerta, recibe un disparo en la cabeza. Nadie se atreve a socorrerle. Están atrapados…
¿Qué pasaría si se cumpliese ese sueño? ¿Qué pasaría si te tocase la lotería, encontrases la solución a todos tus problemas, pero no pudieras cobrar el premio porque al hacerlo todo el mundo descubriría tu afición a frecuentar a señoritas de moral distraída?
Víctor, una suerte de cineasta, que dice haber rodado algunas películas que sin embargo no ha conseguido nunca estrenar, reúne alrededor de su lecho de muerte a sus más fieles colaboradores.
María es una chica de 30 años a quien la vida no le sonríe: no tiene trabajo, la han echado de su piso, su vida romántica es inexistente y está distanciada de su familia.
Marga, una mujer de casi setenta años, anuncia a sus tres hijos que tiene la firme intención de vender la casa de verano familiar -un caserón en algún lugar de la costa española- con el propósito de emprender un largo y misterioso viaje.
Si ya celebramos Halloween o la llegada de Papá Noel como si fuesen tradiciones propias, ¿por qué no íbamos a copiar también a los anti-premios de la gran pantalla para sacar los colores también a los nuestros?